Si las cuentas son correctas, este es el cuento número 100 que el escritor entrega para su publicación en el diario. Desde hace varias semanas ha estado pensando en este significativo evento y se ha propuesto entregar un cuento digno de contarse como el número 100, que no es poca cosa, a poco menos de cumplir dos años de publicaciones ininterrumpidas como colaborador de la gaceta.
Como suele ocurrir en estos particulares y conmemorativos casos, el escritor no alcanza a pensar en nada que esté a la altura del evento, mucho menos a escribirlo. Durante los días, bebe tazas de café como si no hubiera mañana y en un par de ocasiones se ve tentado a comprar un poco de tabaco con la esperanza de que las musas aparezcan y le susurren el nombre y la trama del centenario, pero ellas se mantienen ajenas, indiferentes a todo lo que ocurre en la cabeza del escritor, quien no logra escribir una sola frase sin que al momento sea tachada de sus cuadernos de trabajo, por considerarlas insulsas e insuficientes para la empresa a realizar. De tanto en tanto, se asoma por la ventana y contempla en su jardín a diminutos elefantes, con y sin sombrero, mientras platican con mapaches, enanos, pingüinos y gigantes de 30 metros de altura; también hay algunos nahuales, lloronas y alushes, esos personajes entrañables del folclor mexicano. Entonces, el escritor se pregunta si no valdría la pena escribir acerca de ellos.
“Ni siquiera se te ocurra”, dice un elefante a sus espaldas. “Lo has hecho ya en reiteradas ocasiones y no sería algo fresco ni mucho menos original.”
El fantasma que vive en su alcoba asiente mientras da una calada al tabaco que encuentra sobre el escritorio. El escritor suspira. Tienen razón; sin embargo, no puede no entregar nada. Son casi dos años de escritura continua y de entregas semanales sin fallo, pese a que tuvo motivos totalmente válidos para hacerlo: su cumpleaños, su luna de miel, la enfermedad de su abuelo… Motivos válidos, pero no suficientes para detenerlo. Y ahora que se enfrenta al centenario se encuentra seco.
Resignado, contempla detenidamente el bolígrafo y la libreta abierta que reposan sobre la mesa y, dejando escapar un segundo suspiro, los cierra de golpe. Acto seguido marca un número telefónico y luego de ponerse de acuerdo, marcha a un bar que suele frecuentar con él.
Al llegar antes que su cita, pide una cerveza oscura y de un solo trago bebe medio tarro. Al dejarlo sobre la mesa, su editor se encuentra ya sentándose frente a él desplegando su siempre amable sonrisa.
─¿Día difícil? ──pregunta mientras pide una cerveza para él.
─Día, semana, mes ─contesta el escritor y suspira por tercera ocasión─, pero supongo que es parte del bisne.
Pasan unos instantes en lo que llevan y le sirven la cerveza a su editor. Elevan el tarro y, con una inclinación de cabeza, brindan y beben.
El editor lo hace moderadamente, el escritor termina lo que quedaba de su tarro.
─Renuncio ─le suelta a bocajarro─. O, mejor dicho, me retiro. Creo que es un buen momento para dejar el diario. Después de dos años y 99 cuentos, creo que es un buen momento para cambiar de horizontes o darme un respiro. Tampoco se trata de agobiar de lleno a los lectores con mis cuentos y por tanto creo que…
─Estás bloqueado y no tienes ni madres para la entrega cien, ¿cierto? ─interrumpe tajante el editor, que no ha dejado de sonreír y que en medio de la perorata de su interlocutor ha terminado su cerveza y ha pedido otra ronda.
─Ni un carajo ─contesta el escritor resignado─ ¿alguna idea?
─¡Por supuesto! ─replica eufórico─ ¡Bebamos! Ya luego me encargaré de arreglar tu desastre.
Y de esa manera, por primera vez en varias semanas, el escritor se relaja y se olvida del cuento número 100 que, a final de cuentas, se oye decir a sí mismo, no será en lo absoluto el último.
Sonríe. En la barra del bar, el fantasma que vive en su habitación levanta su copa y, haciendo una inclinación de cabeza, brinda con él y por él.
El escritor suspira. Ya su editor se encargará de arreglar su desastre…
Para Centuria Noticias: Alfonso Díaz
aldacros@gmail.com