Por: Jesús Álvarez Gtz. / j.alvarez@centuria.mx

En el mundo hay lecciones valiosas que aprender de lo bueno y lo malo ocurrido en otras urbes, y de los peligros que le acechan a la nuestra. Recordemos el caso de Cubatao en Brasil, apacible pueblo de pescadores que, sin control alguno, se convirtió de repente en importante polo de las industrias del petróleo, acero y fertilizantes. A fines del siglo XX ya era señalada como una de las “10 ciudades más sucias del mundo”. Se le calificó como “Valle de la Muerte” debido al nacimiento de niños sin cerebro y recurrentes males respiratorios, hepáticos y de la sangre en sus pobladores. Tuvieron que ocurrir terribles desastres naturales para que finalmente se iniciara un difícil, largo y costosísimo proceso de reversión de la contaminación de suelo, subsuelo, agua y aire.

En los últimos años hemos dado en nuestra ciudad capital los primeros pasos en la dirección correcta para la preservación y regeneración de los recursos hídricos y forestales, pero estamos lejos, muy lejos, de ser una ciudad “verde”. No es consuelo ni meritorio afirmar que nuestra entidad “sólo contribuye con el uno por ciento de la contaminación nacional”, pues todos sabemos que ésa es justamente la proporción de nuestra población respecto de la población nacional.

“Verde” no significa que la urbe deba convertirse en bosque o selva, sino que reúna una serie de condiciones que le permitan “secuestrar y almacenar” en sus áreas verdes la misma cantidad de carbono que emitan los habitantes en sus diversas actividades. Por eso es tan importante insistir en el tema de buscar fuentes de energía alternativas a las de origen fósil.

Diversos especialistas y funcionarios públicos reconocen que los gases de efecto invernadero han provocado a la fecha la elevación de la temperatura promedio del planeta en casi un grado, y, de seguir con la tendencia actual, podríamos sufrir cuatro grados adicionales de calentamiento global para la segunda mitad del siglo XXI, poniendo en riesgo la propia supervivencia de la humanidad.

Sigamos pues con la revisión de la viabilidad de las fuentes alternativas de energía analizando hoy la denominada eólica. Es la que utiliza la fuerza del viento para generar electricidad a través de aerogeneradores (“molinos de viento”), los cuales mueven una turbina y consiguen transformar la energía cinética en potencia eléctrica.

Los humanos han aprovechado el viento desde hace más de 5 mil años, para mover los barcos veleros y los molinos. Hoy día se está convirtiendo en uno de los métodos más extendidos y productivos a nivel mundial, no sólo en Europa, sino en China, India, Sudamérica y Estados Unidos. En México, la energía eólica apenas representa el 2% del total, pero su potencial es enorme. La Secretaría de Energía estima que, con las inversiones extranjeras que se están realizando en Oaxaca, podrá saltar diez veces en diez años (1000 %), para alcanzar el 14% en el año 2025, y así contribuir a la ambiciosa meta nacional de pasar la energía sustentable del 23 al 35% del total.

Buena parte del año en Aguascalientes nos quejamos de los bruscos e inesperados ventarrones. El viento para nosotros es un recurso abundante, renovable y limpio, pero inconstante. La aleatoriedad del viento plantea serios problemas de planificación. Los aerogeneradores trabajan dentro de un rango, no soportan corrientes demasiado fuertes ni demasiado débiles. Comienzan a generar energía a unos 15 km/h, llegan a su máxima potencia a los 50 km/h, pero deben detenerse arriba de los 90 km/h. Un primer problema técnico es nuestra incapacidad para controlarlo.

El viento, además, como fuente de energía eléctrica enfrenta otro reto técnico: requiere respaldo; la electricidad no es almacenable, debe ser consumida instantáneamente o se pierde, y es difícil que coincidan los momentos de máxima oferta y máxima demanda energética.

Afortunadamente ya han aparecido opciones para el almacenamiento de la energía eólica como, por ejemplo, el aire comprimido (Iowa Storage Energy Park, EUA). Otras tecnologías son las centrales de bombeo, los ultracondensadores y las baterías recargables.

Finalmente, aprovechar nuestro potencial eólico requerirá, sin duda, un gran soporte federal e internacional para absorber los costos iniciales de los aerogeneradores, las torres de alta tensión y los cables apropiados para salvar la distancia desde los parques eólicos hasta la interconexión con la CFE sin perder eficiencia. En este contexto, debe hacerse un reconocimiento al esfuerzo de un grupo de inversionistas privados locales y nacionales que están ya corriendo el riesgo de apostarle a la energía eólica en colinas vecinas a nuestra entidad.

Más allá del viento, la semana próxima nos referiremos a otro amigo todavía secreto de Aguascalientes: el sol.

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