Perdió su voz.
Estuvo buscándola por días y días. La buscó debajo de la cama, entre los cajones de la ropa, en el cesto de basura, en la televisión y hasta en las marquesinas de los teatros y de los cines, sin éxito alguno. La buscó metida entre los libros a medio leer que tenía en su casa.
La buscó y rebuscó, pero nunca la encontró.
Hay quien dice que su voz de barítono, cansada de tanto ser desperdiciada en conversaciones bizantinas, decidió marcharse. Hay quien dice que nunca la tuvo. Hay quien dice que sí, pero que, como la llama de una vela que se consume poco a poco, se apagó.
Lo cierto es que aquel joven dejó de hablar, de cantar y de establecer conversaciones bizantinas…
Y a los pocos días, vaya usted a saber si por tristeza o desesperación, murió.
Para Centuria Noticias: Alfonso Díaz
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