De niño escuché muchas veces en el colegio que los videojuegos te mataban las neuronas o que, incluso, te podían convertir en una persona violenta.
Aún recuerdo una Navidad en que “El Niño Dios” me trajo mi primera videoconsola: un Xbox, esa caja negra, enorme y pesada, que incluía una gran variedad de juegos: Ninja Gaiden Black, Project Gotham Racing 2, Halo y Blinx 2. En la escuela donde entonces estudiaba, una primaria que se encuentra por el Jardín del Encino, se nos inculcaba la cultura de ahorrar dinero. Entonces, semana a semana depositábamos cierta cantidad a nuestra cuenta personal que resguardaba con gran cuidado la maestra o maestro en turno. Para poder comprar videojuegos reuní una cantidad aproximada de mil pesos. ¡Imagínense como se sentía un niño de primaria con eso!
En ese entonces sonaba un polémico juego para consola. Se trataba de Grand Theft Auto: San Andreas. Desde que lo vi me llamó mucho la atención: era un juego que retrataba la mala vida y que permitía al jugador encarnarse en un mundo de drogas, violencia y corrupción… Vaya que no era el juego amigable de gatos y cerdos interespaciales con el que solía matar el tiempo. Recuerdo que el mismo día que compré este juego, también me llevé Halo 2. Me sentía totalmente realizado.
San Andreas fue un juego aclamado por contener una historia bien nutrida y nunca dejó de sorprenderme que tomara lugar en un “mundo abierto”, es decir, podía hacer lo que quisiera sin necesidad de seguir una historia cuadrada y lineal. Obviamente, el videojuego fue muy criticado por las madres de mis compañeros. Estoy hablando de la época en que los videojuegos eran considerados como los culpables de casi todos los males del mundo.
Gracias a que mi madre siempre tuvo una mentalidad abierta, nunca me dijo nada así. Sabía de qué trataba el juego y solamente me decía que era un juego, nada del otro mundo. Así como mataban a gente en las películas, lo que sucedía en un videojuego no era muy diferente. Y este es exactamente el punto que quiero tratar: los videojuegos no me hicieron más violento.
A mis veinte años nunca me he sentido atraído por dispararle a alguien en la vida real. Tampoco me han dado ganas de romper ladrillos con la cabeza mientras visto uniforme de fontanero. Tachar a los videojuegos como la causa de muchas desgracias alrededor del mundo no es justo. Otros medios de entretenimiento mucho más populares, como la televisión o las películas, usan la violencia como parte central de la diversión. Además -y coincido en cierta manera- algunos defensores de los videojuegos sostienen que el mundo de por sí es violento y estos medios no son más que un mero reflejo de la vida real. Por mi parte, yo no uso los videojuegos para darme ideas sobre cómo hacer el mal. Es más: siempre he querido escribir la historia de alguno, pues los considero un medio creativo e inspirador.
Algunos otros alegan que los niños muchas veces imitan las cosas que ven, pues no tienen el criterio para saber lo que es bueno y lo que es malo. Aquí me gustaría aclarar que definitivamente hay juegos que no son adecuados para niños. Si tu hijo quiere jugar algo que no es apto para su edad, te recomiendo acompañarlo y explicarle las cosas que ve o verá en la pantalla, así como aquellos elementos, personajes y situaciones con las que interactuara.
Hay que quitarle este estigma a los videojuegos. Es sorprendente la cantidad de personas que han encontrado una salvación en ellos. Así como unos juegan fútbol, otros tocan la guitarra o salen a caminar, a muchos nos encanta tener un control en las manos.
Para Centuria Noticias: Axel García
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